El pueblo español tiene un camino
que conduce a una estrella
La mayoría de los visitantes del museo Reina
Sofía, ávidos por entrar cuanto antes para disfrutar las obras allí contenidas,
no dedicamos ni dos minutos a contemplar la escultura situada enfrente de la
puerta del edificio Sabatini. Ella, casi
ignorada y deteriorándose día a día, encierra un momento muy significativo de
la historia de España: la Guerra Civil.
Se trata de una réplica de la obra de Alberto Sánchez (1895-1962)
titulada: El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella.

La obra
exhibida en París de Alberto Sánchez tenía 12 metros de altura y fue realizada
en cemento y alquitrán; el original se perdió. Tanto la réplica de la entrada
como la maqueta nos permiten admirar todo su potencial. La lucha por la vida
parece tener sentido en esa forma de cactus en la que se incrustan los surcos
de la tierra labrada. En su elevación hacia el cielo se transmite el empeño de
resistir y sobrevivir a pesar de las adversas circunstancias. La verticalidad
coronada por la estrella insufla la esperanza de un mañana mejor que compensará
la lucha de hoy. A la belleza y a la
fuerza de esta pieza viene a sumarse la capacidad interpretativa del
título. En mi opinión, el autor hizo
toda una declaración de principios que, aunque integrado en su compromiso
político de militancia comunista, sigue teniendo validez universal. Los
esfuerzos de cualquier sociedad adquieren sentido cuando son el preámbulo de un
futuro más prometedor.
Todos los artistas que colaboraron con el
gobierno republicano de España eran españoles, salvo el norteamericano
Alexander Calder (1898-1976) que participó con la obra La fuente de mercurio. No puede olvidarse que el deseo del ejecutivo
era mostrar al mundo su actuación política exhibiendo los logros en materia
social, especialmente la reducción del analfabetismo y la mejora en las
condiciones de vida. Por ello, desde una consideración económica, la obra de A.
Calder adquiere una importancia sustancial. El mercurio brotaba del centro del
estanque y circulaba a través de las bandejas metálicas al tiempo que sus
piezas móviles estaban coronadas por la palabra Almadén. Se trata de una
alusión directa a los yacimientos de cinabrio y al complejo industrial para la
obtención del mercurio existente en el municipio del mismo nombre en la
provincia de Ciudad Real.
Las minas de Almadén eran explotadas desde la
época romana. A lo largo de la historia se habían convertido en moneda de
cambio para asegurar los capitales que necesitaba la Corona Española,
experimentando su propiedad y explotación los vaivenes de las arcas públicas. Así,
la presencia del capital extranjero fue una seña de identidad; los banqueros de
Carlos V, los Fugger, en el Siglo XVI o la familia Rothschild en el Siglo XIX
fueron algunos de los nombres extranjeros ligados al monopolio de este
importante recurso.
Su importancia radicaba en la multiplicidad de usos del
cinabrio, desde la obtención de plata en las tierras de América, hasta su
empleo en la industria militar, básicamente en la fabricación de explosivos. A
finales de los treinta la demanda del producto estaba subiendo y España poseía
casi el monopolio de la producción, por ello, no es casual la elección de la
obra exhibida en la Exposición Internacional. Se trataba de aprovechar el gran
escaparate para mostrar al mundo el control de un mineral de importancia
estratégica y sobre el que el Estado había recuperado los derechos de
comercialización. La pieza adquirió tanto éxito entre los visitantes que, como
cuenta Alexander Calder en sus memorias, un periodista norteamericano le
denominó “Calderón de la Fuente”.
Resulta imprescindible tener presente el
contexto previo de graves tensiones políticas y conflictividad social existente
en la España los años anteriores a la guerra. La crisis de 1929 que tanto había
afectado a las economías más avanzadas, terminó impactando en las variables
económicas españolas. Por un lado, las exportaciones se frenaron y el capital
extranjero, ante la incertidumbre que supuso el cambio de régimen del año 1931
dejó de invertir, llegando a producirse desinversiones importantes. Por otro,
en el entorno interno el aumento del desempleo, agravado por la crisis de la
minería asturiana, el descenso de la producción siderometalúrgica y la crisis
de la construcción, venía a sumarse a la situación de subempleo agrario
derivando todo ello en un creciente enfrentamiento social. La frustración de las
expectativas despertadas por la llegada del gobierno republicano, los
conflictos y las luchas políticas no ayudaron a resolver los graves problemas
internos.
Asimismo, los tres años de enfrentamientos, con
dos gobiernos funcionando en paralelo y ocupados en financiar la guerra, relegaron
al olvido las actividades inversoras capaces de dinamizar la economía. Por
ello, la guerra civil que vivió España significó un trauma, no sólo humano sino
económico. Las pérdidas en el capital humano, tanto por las muertes como por el
exilio, fueron muy elevadas; especialmente significativa fue la salida de
personas de mayor nivel de formación. Además, la destrucción de las infraestructuras y la
consiguiente reducción de capital físico, agravada por la huida masiva de
inversores extranjeros a lo largo de la década de los treinta, profundizaron la
descapitalización de la economía. Todo ello supuso una caída brutal en las
producciones agrarias e industriales.
El resultado de ese colapso económico fue el
aumento de la distancia con los países europeos más avanzados a los que el crecimiento de las décadas
pasadas nos estaba aproximando. La renta media por habitante se desplomó. El
aislamiento posterior a la guerra y la profunda depresión económica condujeron
al desenganche del progreso, tanto económico como social, de la corriente
modernizadora de las sociedades más desarrolladas. España queda aislada de las
recuperaciones experimentadas por los países europeos, especialmente la que
tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial a través del Plan Marshall. El desplome
económico fue de tal magnitud que la economía tardó más de veinte años en
recuperarse, pero el trauma, tanto humano como social, se dejó sentir durante varias generaciones.
Por eso, aunque el Guernica está
considerado como la imagen de la devastación de la guerra civil y ha llegado a
convertirse en icono universal de denuncia de la barbarie causada por cualquier
guerra, considero que Mujer llorando de Pablo Picasso, con esas lágrimas
amargas que arrasan sus ojos y la
angustia con la que muerde el pañuelo, constituye una imagen indiscutible del
dolor, del desgarro y de la muerte; hilos de un velo que cubrió a la sociedad
española durante tanto tiempo ¡