El calor era intenso esa tarde de julio. El sol caía
implacable sobre las personas que, pacientemente, esperábamos nuestro turno
para entrar al museo. La mayoría eran extranjeros, pero todos, en definitiva,
turistas ávidos de disfrutar con las obras de arte atesoradas en el recinto
sagrado del Prado.

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La Copa de las Cuatro Estaciones. Tesoro del Delfín |
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El Verano de Salvador Maella |
Ahora bien, frente a estas visiones alegóricas del verano, el
cuadro de Goya, La Era o el Verano, huye de una interpretación bucólica y deja claro
que esa estación es tiempo de intenso trabajo para todos los miembros de la
estructura familiar. El pintor realiza esta obra para un tapiz que debía
decorar el comedor de los príncipes en el Pardo. Y, así, resulta interesante
que eligiera una temática alejada del idealismo y planteara una imagen de la
sociedad agraria de finales del siglo XVIII en la que, no existiendo mecanización
alguna, hombres y bestias eran las únicas fuerzas de trabajo. En esta obra, el
verano no está idealizado y se nos ofrece una imagen del mundo campesino en el
desarrollo de una de las labores esenciales del verano: la trilla.
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La Era o el Verano. Francisco de Goya |
En la sociedad española, predominantemente agraria hasta muy
avanzada la década de los sesenta del siglo XX, el verano no equivalía a ocio.
La mayoría de la población desconocía ese término y solo una franja muy
estrecha (reyes, aristócratas y una incipiente burguesía)
disfrutaba de playas y balnearios durante los meses de verano. Todavía la piel
blanca era moda; faltaban muchos años para que el bronceado, introducido por el icono de la
moda parisina Coco Chanel, fuera tendencia entre
nosotros. Baste como ejemplo, el fantástico retrato que Raimundo Madrazo hizo de la Condesa de Vilches, en el que la blancura de la piel constituye el rasgo distintivo de pertenencia a una clase superior.
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La Condesa de Vilches. Raimundo de Madrazo |
El crecimiento económico de los años sesenta, el
desplazamiento de la agricultura, primero por la industria y luego por los
servicios, y la equiparación normativa con las economías más avanzadas,
derivaron en la universalidad de las vacaciones pagadas; uno de los pilares del
Estado de Bienestar. Así, el veraneo de la élite fue dando paso a las
vacaciones de la clase media (funcionarios, trabajadores de la industria y de
los servicios), generalizadas durante la década de los ochenta hasta llegar al
turismo masivo del siglo actual. Ya no sirve el moreno de la piel, adquirido en
playas y piscinas, como signo externo del descanso; ahora, la parte esencial
del ADN veraniego lo configuran los “viajes de ocio”, y el tiempo de vacaciones
adquiere mayor trascendencia si esos viajes se realizan fuera del país de
residencia.
Por lo tanto, no
sorprende que, según los últimos datos publicados por el Centro de
Investigaciones Sociológicas en su barómetro de Junio de 2018, casi la mitad de
los españoles (42%) dedica su tiempo de ocio a viajar, tanto por España (el
61%) como por el extranjero (36%). La mitad de los que viajan se organizan
personalmente sus programas, pero hay casi un 40 por 100 que lo hacen de la
mano de agencias, bien sea porque les ayudan a planificar el viaje o porque viajan
con paquetes turísticos completos.
Cuadro 1.- Destino de los viajes de ocio para los españoles
(en %)
1
|
Costa
|
52
|
2
|
Campo o montaña
|
14
|
3
|
Ciudad del
interior
|
12
|
4
|
Viaje itinerante
|
16
|
Más de la mitad de los españoles que viajan lo hacen a la
costa (Cuadro 1); dato coherente con el hecho de que el descanso y el
alejamiento de la rutina sean las finalidades más importantes para los viajes
de ocio (Cuadro 2). Parece, por ello
lógico afirmar que para algo más de la mitad de los españoles, las vacaciones
son identificadas con playa, descanso y diversión. Por el contrario, sorprende
la baja representatividad que adquieren factores como el conocimiento de otros
lugares o acercarse a otras costumbres a la hora de plantearse un viaje de ocio,
sobre todo cuando casi el 40 % afirma viajar al extranjero.
Cuadro 2.- Objetivos del viaje para los españoles (en %).
1
|
Descansar y
relajarse
|
39
|
2
|
Romper con vida
cotidiana
|
22
|
3
|
Conocer otros lugares
|
11
|
4
|
Disfrutar con la
familia y/o amigos
|
9
|
5
|
Divertirse
|
5
|
6
|
Vivir nuevas
experiencias
|
3
|
7
|
Acercarse a otras
gentes y costumbres
|
3
|
Tomando la experiencia de esa tarde de julio en el principal
museo español como un análisis de caso de los viajes de ocio, varias son las
conclusiones que pueden extraerse. En primer lugar, el consumo cultural
adquiere, en la actualidad, la característica de “obligatoriedad” en los viajes
turísticos. En segundo término, el predominio de extranjeros entre los
visitantes hace pensar que el consumo cultural importante se realiza en los
viajes al exterior. Si el ejercicio pudiera realizarse el mismo día en espacios
como El Louvre de París o la galería Uffizi de Florencia, por citar dos casos,
la presencia de españoles sería mayor que en El Prado de Madrid. Y, por último,
lo más interesante: cómo disfrutamos el arte.
Después de las penurias de la espera y traspasados los
controles de seguridad, nosotros, los visitantes (sin importar la nacionalidad)
seguimos una pauta común. Avanzamos rápidamente, armados con un plano y un
teléfono móvil, para captar las piezas “imprescindibles”, y si está autorizado,
fotografiarnos ante ellas. De esta
manera, la foto, enviada en directo a las redes sociales, se convierte en el
verdadero notario del viaje. Lejos nos queda el disfrute espiritual y el aprendizaje ante las
grandes obras; nuestro esfuerzo adquiere sentido cuando nuestro entorno es testigo inmediato de nuestra visita a los espacios culturales.
La diosa Ceres nos mira con asombro sin atreverse a
preguntarnos sobre los instrumentos que portamos los visitantes y que ella no
había previsto en su copa de la abundancia. Y, los campesinos de Goya nos
observan con perplejidad porque no logran identificar la causa de la fatiga y
la escasa atención que les prestamos cuando pasamos veloces ante ellos. El
agotamiento me obligó a permanecer más de un minuto ante el cuadro y advertí
sus cuchicheos; están tan convencidos de que nadie les presta atención que
habían bajado la guardia. No pude evitarlo y les contesté: ¡Si conocierais los
aeropuertos, os parecerían las eras del siglo XXI!