martes, 25 de abril de 2017

NEXOS II.- Un paseo por el Museo Nacional Reina Sofía.



 

En la visita de hoy al museo Reina Sofía de Madrid continúo con el planteamiento de la entrada anterior, buscando un hilo conductor entre dos obras. Se trata, me permito recordar, de recorrer el museo con una mirada lúdica que, al tiempo, nos permita reflexionar sobre aspectos sociales y económicos de nuestra realidad.

Nexo 3.- La moda.

“Mujer con abanico”. 1916 y “Retrato de Tristán Tzara”. 1923



Estos dos cuadros están en la misma sala, uno enfrente del otro, facilitando la contemplación al espectador. La primera obra “Mujer con abanico” fue realizada por la pintora María Blanchard en París. Esta artista, nacida en Santander, tuvo una vida dura. Durante el embarazo su madre sufrió un accidente al bajarse de un coche de caballos y María nació con importantes limitaciones físicas. Desde pequeña mostró interés por el dibujo y su familia, especialmente su padre, estimuló su vocación artística. Para ella, mujer menuda y contrahecha, el arte fue un medio para superar las restricciones, tanto físicas como sociales, impuestas por sus condiciones físicas.

Las burlas de los alumnos cuando obtiene una plaza como profesora de dibujo en Salamanca y el rechazo social que siente en los círculos culturales de Madrid, animan a la pintora a instalarse en París. Allí experimenta la mayor libertad creativa en el entorno vanguardista que bullía en esa ciudad. Amiga de Juan Gris o de Picasso, entre otros artistas, el cuadro es heredero de la tradición cubista. Una mujer, descompuesta en planos, pero sin perder un último resquicio figurativo, está sentada sosteniendo un abanico amarillo; centro de la obra alrededor del cual giran las formas y el color.

Justo enfrente, el Retrato de Tristán Tzara del año 1923 y pintado por Robert Delaunay otorga todo el protagonismo a la bufanda que luce el retratado. Tristán Tzara era un poeta francés de origen rumano, creador del dadaísmo; movimiento artístico que ponía al absurdo en el centro de la creación y que se gestó en el Cabaret Voltaire de Zurich. A este respecto, como anécdota, quiero señalar que en el año 2008 las autoridades locales de la ciudad quisieron cerrar el local. La presión de los ciudadanos condicionó la celebración de un referéndum; el 65 por 100 de los votantes decidió que el local siguiera abierto y hoy sigue no sólo existiendo, sino funcionando como centro cultural.

Retornando al cuadro, la bufanda que luce Tristán Tzara fue un diseño de la mujer del pintor, Sonia Delaunay, quien además de pintora fue una creadora de ropa de reconocido prestigio. Uno de los viajes del matrimonio por España coincide con el estallido de la Primera Guerra Mundial; circunstancia que les obliga a fijar durante un tiempo su residencia en Madrid. En esta ciudad, en la calle Columela, Sonia Delaunay abre una tienda de modas, famosa por sus diseños modernos y coloristas, que vistieron entre otras, mujeres de las altas capas sociales, especialmente las de la burguesía intelectual, como Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez.

Existen otros ejemplos paradigmáticos de fuerte conexión entre pintura y moda. Por citar algunos de los más famosos señalaré dos. Por un lado, el del pintor Gustav Klimt y su amante, Emilie Flöge, y por otro, el de Salvador Dalí y Elsa Schiaparelli. Si Emilie Flöge vistió con sus creaciones a la aristocracia vienesa y centroeuropea de comienzos de siglo XX, la ropa de Elsa Schiaparelli se lució en el París de entreguerras y en la sociedad burguesa norteamericana de los cuarenta. En los dos casos, diseñadoras y pintores ofrecen una influencia recíproca en sus creaciones.

Al hilo de estas creaciones artísticas, en las que el abanico y la bufanda son los ejes vertebradores de los cuadros, no me resisto a aventurar una pequeña reflexión sobre la importancia de la moda en la economía. No resulta sencillo valorar el impacto de este sector, pues se trata de un conjunto múltiple de actividades que van desde la transformación de materiales naturales (algodón…) o artificiales (poliéster…), la fabricación de tejidos  y otras ramas económicas relacionadas, como la fabricación de calzado, accesorios, relojes o cosmética, por citar algunos ejemplos. Esta complejidad hace que, dependiendo de las ramas contempladas, los datos presenten divergencias.

En términos generales, según cifras del Ministerio de Industria, la industria de la moda ocupa en España alrededor de 130.000 personas, suponiendo aproximadamente el 4 por 100 del empleo total generado en los sectores industriales. Ese peso es sustancialmente mayor si consideráramos los puestos de trabajo en los servicios relacionados con la moda, como la distribución y venta de productos de moda. Además, se trata de un sector fuertemente interrelacionado con otros como la construcción, otras ramas industriales (química…) o servicios (almacenamiento, transporte, publicidad…). Así pues, mientras la moda aporta el 5 por 100 del producto interior bruto generado en España por la industria, su peso se triplica en el comercio (el 15 por 100 de la actividad comercial en España corresponde a las empresas de moda).

En España existen casi 20.000 empresas censadas en la industria de la moda; cifra sustancialmente mayor si se incluyeran datos de firmas de bisutería, joyería o complementos de todo tipo. La mayor parte de las empresas son de pequeño tamaño, es decir con menos de 250 trabajadores, pero existen una docena de empresas de gran tamaño (Inditex, Pronovias, Cortefiel, Mango…), muy activas en los mercados internacionales. De hecho, España es el cuarto país exportador de moda en la Unión Europea después de Francia e Italia; países que lideran el mercado del lujo y Alemania que domina el segmento medio.

Cuadro 1.- Número de empresas de moda en España.

Confección
Textil
Calzado
Cuero
8.578
6.125
3.586
1.152
Fuente: La moda española en cifras. Modaes.es
 

La mayoría de las empresas de moda en España tienen un tamaño pequeño y únicamente 15 pueden ser consideradas grandes (más de 250 trabajadores en plantilla). Entre éstas, al menos dos tienen gran proyección internacional. Por un lado, el caso de PRONOVIAS, con presencia en 90 países y líder del mercado nupcial. Y, por otro, INDITEX   la empresa que fundara Amancio Ortega y que es la mayor empresa textil del mundo. Por ello, no sorprende que en las mejores escuelas de negocios del mundo se estudie el modelo empresarial de Inditex. Otras como Mango o Cortefiel también cuentan con amplia presencia en los mercados mundiales.

Cuadro 2.- Las mayores empresas europeas de moda.

Puesto
Nombre Empresa
País
1
Inditex
España
2
LVMH
Francia
3
H&M
Suecia
4
Hermés
Francia
5
Rolex
Suiza
6
CFR
Suiza
7
Chanel
Francia
8
Dior
Francia
9
Luxottica
Italia
10
Kering
Francia

 Fuente: European Cultural and Creative Industries Alliance (ECCIA).

En otras palabras, aunque existen casos empresariales de indudable éxito, la industria de la moda española en su conjunto tiene dificultades para competir en el mercado mundial y ello por varias razones. Por un lado, por su especialización en el segmento de bajo coste, donde la competencia de países asiáticos es muy fuerte. Y, por otro, por el pequeño tamaño de las empresas que limita su potencial innovador. Las empresas industriales de la moda necesitan definir nuevas estrategias para sobrevivir en un espacio internacional de intensa competencia, apostando por espacios de mercado más especializados, como están haciendo, por ejemplo, las firmas del calzado.


Retornando al binomio arte-moda, me parece interesante destacar el papel jugado por la fotografía. Sin entrar a valorar el impacto económico de la publicidad en la moda (desfiles, revistas…), en las campañas publicitarias, auténtico motor de difusión de la moda, el papel creativo del fotógrafo es clave. La transformación de la imagen de un producto para el mercado en obra de arte es el resultado del trabajo artístico y técnico del fotógrafo. Así, Henri Cartier-Bresson fotografió en múltiples ocasiones a referentes de la moda internacional como Coco Chanel o Cristobal Balenciaga, por lo que su trabajo facilitaba la difusión de las correspondientes casas de moda al tiempo que reforzaba el papel social de esos grandes modistos
 
 
En la actualidad, fotógrafos como el peruano Mario Testino o la norteamericana Annie Leibovitz, Premio Príncipe de Asturias en 2013, se encuentran entre los diez más cotizados del mundo y sus trabajos no sólo conforman las portadas de las revistas más prestigiosas de moda, sino que se pueden contemplar en museos y galerías de arte contemporáneo. El impacto de la moda es tan relevante que no sorprende que Michelle Obama, esposa del anterior presidente de Estados Unidos, fuera portada, en varias ocasiones, de una conocida publicación especializada; algo que ya hicieran en su día otras mujeres de presidentes norteamericanos como Nancy Reagan.
 
 
 
 

Así, el mundo de la moda captura a famosos provenientes del mundo del espectáculo, del futbol o de la política, por citar los casos más sobresalientes, y los convierte, de la mano de los artistas fotógrafos, en iconos sociales a los que buscamos parecernos. Por ello, las palabras de John Galliano (referente en los años noventa en la casa Dior), adquieren todo su sentido: “La alta costura tiene dos cometidos: vestir a una minoría y hacer soñar a la mayoría que busca acceder a aquélla a través de un pintalabios”.

 

 

lunes, 6 de febrero de 2017

Paseo por el Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía.


           

NEXOS I: Un paseo por el Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía.

Según los últimos datos sobre hábitos y prácticas culturales de los españoles, durante el año 2015 (último del estudio) solo el 33 por 100 de los ciudadanos visitaron un museo. La mayor parte de ese porcentaje lo hace por entretenimiento y casi la mitad lo hace en días festivos. Las cifras, aunque algo superiores a las del ejercicio anterior, siguen presentando valores bajos, toda vez que en el entorno español es posible encontrar un horario en el que la entrada es gratuita. Aunque no se especifica en el trabajo, buena parte de ese público busca visitas guiadas, especialmente en los museos de arte contemporáneo, al pensar que es preciso una explicación previa para la comprensión del contenido. Y, lamentablemente en los últimos tiempos, es cada vez más habitual encontrar a los visitantes más ocupados en sacar fotografías que contemplando las obras.

La visita de un museo no tiene, necesariamente, que seguir un camino determinado. Pueden buscarse las piezas  emblemáticas de la colección, detenerse ante cada una de las obras que pueblan las salas (tarea demasiado fatigosa para no los iniciados), seleccionar un período de tiempo buscando comprender esa época a partir de la producción artística allí expuesta o diseñar cada uno su itinerario particular, siempre dependiendo del tiempo que tenga cada visitante, pero sin olvidar que el disfrute es la finalidad última de la visita. Es importante destacar que no son necesarios sesudos análisis para gozar del arte, algo que queda para los expertos. Cada visitante debe plantearse la visita sin complejos, observando y tratando de encontrar una relación personal con las obras seleccionadas.
 
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española afirma que Nexo significa: nudo, unión o vínculo de una cosa con otra. En esta entrada planteo una visita al Museo Reina Sofía explorando, por razones de extensión, dos nexos que iré complementando próximamente. Se trata de establecer un hilo común entre dos obras, algo  que no siendo perceptible de inmediato, te permite relacionar ambas piezas. El recorrido tiene el aire de juego, de hecho lo he llevado a cabo con público de diferente edad, y el resultado ha sido, en la mayoría de los casos, unas visitas mucho más divertidas y enriquecedoras al tener los participantes un papel activo.

 Nexo 1.- El mantón de Manila.

“Retrato de Sonia de Klamery, condesa de Pradére”   y “Manola”.




Retrato de Sonia de Klamery, condesa de Pradére. 1913
 
 
Las dos obras propuestas son de comienzos del siglo XX y nos muestran mujeres de mundos muy opuestos. El primer retrato, de H. Anglada Camarasa, nos remite a una mujer muy sofisticada perteneciente a esa aristocracia residente en París que frecuentaba el círculo artístico de Montmatre. Se trata de una composición casi teatral que nos evoca el Paraíso Terrenal y, por lo tanto, la figura femenina, con un vestido muy cromático y con ese aire sensual, aparece como una Eva modernista de comienzos de siglo. 
 
Manola. 1910
 
Por su parte, el segundo retrato del pintor Julio Romero de Torres nos sitúa ante una mujer desenvuelta que fuma en público y que pertenece a una clase social popular. Ambas mujeres son transgresoras aunque de modo muy distinto. Las profundas ojeras de la aristócrata parecen expresar una vida de ocio en la que el alcohol o el consumo de morfina tienen un papel especial. Por el contrario, la mujer retratada por Romero de Torres parece terminar su jornada en la fábrica de tabacos (era un lugar común asignar a las cigarreras un comportamiento desvergonzado) y disfrutar de su cigarrillo en público, con gesto provocativo.

El vínculo entre ambas mujeres es el empleo del mantón de Manila como prenda de vestir. La condesa luce envuelta en un mantón colorista que contrasta con sus medias negras y la piel blanca como expresión de pertenencia a una clase social alejada del trabajo. Por su parte, la manola se viste con dos mantones más sencillos y colores suaves que lucen, además, unos flecos considerables. Así pues, esta pieza de origen chino, de seda con ricos bordados de dragones y motivos orientales, comenzó a emplearse en la vestimenta femenina de las clases altas europeas como símbolo del exotismo del Oriente, tan de moda a comienzos del siglo XX. Paulatinamente la prenda comienza a adaptarse a los gustos locales. De hecho en España se incorporaron los flecos y predominio de motivos florales, pasando a conocerse como mantón de Manila, por ser el puerto de esta ciudad el origen de la mercancía que llegaba a nuestro país.

En la actualidad, el uso de los mantones de Manila es reducido aunque no ha desaparecido. Su presencia es constatable tanto en la moda especializada como en vestimentas festivas, ya sea formando parte de un traje folclórico o como adorno de edificios en festividades mayores de pueblos y ciudades españolas. Por ejemplo, la diseñadora Elisa Palomino afirmaba en una entrevista  que los mantones de Manila y los quimonos orientales que su abuela conservaba (herencia de una tía monja residente en Filipinas en la década de los treinta) están en el germen de sus creaciones. Aunque pueda parecer un elemento arcaico y representativo de la España más tradicional, en el mundo artístico se pueden encontrar obras recientes en las que el mantón adquiere un protagonismo especial. Así, el cuadro de Eduardo Arroyo Carmen Amaya fríe sardinas en el Waldorf Astoria de Nueva de York pintado en 1988 tiene al mantón como máximo protagonista. Se trata de una obra cargada de sarcasmo  e icónica de lo "español", al narrar un suceso acaecido en Nueva York cuando la célebre bailarina organizó una fiesta española en ese hotel de lujo durante uno de sus viajes en los años 40 a Nueva York.


Carmen Amaya fríe sardinas en el Waldorf Astoria de Nueva York. 1988


Nexo 2.- Homenaje a Velázquez: el espejo.

“Café Pombo” y “Visita del obispo”.






Café de Pombo. 1920

Los dos cuadros son de José Gutiérrez Solana y fueron pintados en la década de los años veinte del pasado siglo. En ambos, el autor rinde un claro tributo al genio de Velázquez. En la tertulia del café Pombo, el escritor Ramón Gómez de la Serna aparece en el centro de la escena, rodeado de contertulios, todos ellos identificados; de hecho, el mismo pintor aparece retratado a la derecha del espectador. La mesa del café, con la botella de sifón y los vasos constituye un buen bodegón, al tiempo que en la caja de cerillas se representa una de las obras más conocidas de Goya; aspectos que denotan la maestría del artista.

La representación de los intelectuales del café Pombo aporta, al menos, dos aspectos de interés en términos de vestimenta masculina. Por un lado, la formalidad de su atuendo con traje, corbata o pajarita y sombrero en sus apariciones públicas, aunque el uso del sombrero, como sucede hoy día, se circunscribe a los espacios abiertos. Por otro, el empleo de los cuellos y puños extraíbles en las camisas de los hombres; elementos que facilitaban el tiempo de uso de las camisas, lavando únicamente las partes más en contacto con el cuerpo.

La visita del obispo. 1926

En el segundo cuadro, la atmósfera es triste, salvo quizá la mirada incisiva que el padre de familia dirige al espectador. Se trata del interior de una casa de gente acomodada, posiblemente de una ciudad de provincias, que recibe la visita del señor obispo y su ayudante. El gesto de las dos mujeres y del auxiliar del obispo es recatado, austero y el aire tenebrista impregna la estancia.  Sorprende la incomunicación entre los presentes y un aire de inmovilismo recorre la escena. Esta obra se ha interpretado como icono de una sociedad conservadora, en la que el peso de la Iglesia Católica hacía prevalecer unos valores que frenaban el proceso de modernización social que se estaba produciendo en España durante la década de los veinte del pasado siglo.

En ambos cuadros, el autor introduce el espejo, aunque con variaciones entre uno y otro. Si en el café de Pombo el espejo permite ampliar la escena y refleja una pareja de asistentes al café que contemplan desenfadados a los contertulios (algunos autores han señalado que se trataba de los dueños del establecimiento), en el segundo, el espejo es algo frío sin reflejo alguno; todo un símbolo de una atmósfera claustrofóbica que rodea la recepción al obispo realizada por esa familia. Ese recurso al empleo del espejo por parte de Gutiérrez Solana resulta un guiño expresivo de la admiración del pintor por el maestro Velázquez quien, en su famosa obra Las Meninas, convierte este elemento decorativo en parte esencial del interior palaciego en el que plasma el retrato de la familia real de Felipe IV. Gutiérrez Solana se nos muestra aquí como heredero de la más grande tradición española. Y, una vez más, se hace evidente el sentido de la frase que exhibe una fachada del Casón del Buen Retiro de Madrid: "todo lo que no es tradición, es plagio".