lunes, 6 de febrero de 2017

Paseo por el Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía.


           

NEXOS I: Un paseo por el Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía.

Según los últimos datos sobre hábitos y prácticas culturales de los españoles, durante el año 2015 (último del estudio) solo el 33 por 100 de los ciudadanos visitaron un museo. La mayor parte de ese porcentaje lo hace por entretenimiento y casi la mitad lo hace en días festivos. Las cifras, aunque algo superiores a las del ejercicio anterior, siguen presentando valores bajos, toda vez que en el entorno español es posible encontrar un horario en el que la entrada es gratuita. Aunque no se especifica en el trabajo, buena parte de ese público busca visitas guiadas, especialmente en los museos de arte contemporáneo, al pensar que es preciso una explicación previa para la comprensión del contenido. Y, lamentablemente en los últimos tiempos, es cada vez más habitual encontrar a los visitantes más ocupados en sacar fotografías que contemplando las obras.

La visita de un museo no tiene, necesariamente, que seguir un camino determinado. Pueden buscarse las piezas  emblemáticas de la colección, detenerse ante cada una de las obras que pueblan las salas (tarea demasiado fatigosa para no los iniciados), seleccionar un período de tiempo buscando comprender esa época a partir de la producción artística allí expuesta o diseñar cada uno su itinerario particular, siempre dependiendo del tiempo que tenga cada visitante, pero sin olvidar que el disfrute es la finalidad última de la visita. Es importante destacar que no son necesarios sesudos análisis para gozar del arte, algo que queda para los expertos. Cada visitante debe plantearse la visita sin complejos, observando y tratando de encontrar una relación personal con las obras seleccionadas.
 
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española afirma que Nexo significa: nudo, unión o vínculo de una cosa con otra. En esta entrada planteo una visita al Museo Reina Sofía explorando, por razones de extensión, dos nexos que iré complementando próximamente. Se trata de establecer un hilo común entre dos obras, algo  que no siendo perceptible de inmediato, te permite relacionar ambas piezas. El recorrido tiene el aire de juego, de hecho lo he llevado a cabo con público de diferente edad, y el resultado ha sido, en la mayoría de los casos, unas visitas mucho más divertidas y enriquecedoras al tener los participantes un papel activo.

 Nexo 1.- El mantón de Manila.

“Retrato de Sonia de Klamery, condesa de Pradére”   y “Manola”.




Retrato de Sonia de Klamery, condesa de Pradére. 1913
 
 
Las dos obras propuestas son de comienzos del siglo XX y nos muestran mujeres de mundos muy opuestos. El primer retrato, de H. Anglada Camarasa, nos remite a una mujer muy sofisticada perteneciente a esa aristocracia residente en París que frecuentaba el círculo artístico de Montmatre. Se trata de una composición casi teatral que nos evoca el Paraíso Terrenal y, por lo tanto, la figura femenina, con un vestido muy cromático y con ese aire sensual, aparece como una Eva modernista de comienzos de siglo. 
 
Manola. 1910
 
Por su parte, el segundo retrato del pintor Julio Romero de Torres nos sitúa ante una mujer desenvuelta que fuma en público y que pertenece a una clase social popular. Ambas mujeres son transgresoras aunque de modo muy distinto. Las profundas ojeras de la aristócrata parecen expresar una vida de ocio en la que el alcohol o el consumo de morfina tienen un papel especial. Por el contrario, la mujer retratada por Romero de Torres parece terminar su jornada en la fábrica de tabacos (era un lugar común asignar a las cigarreras un comportamiento desvergonzado) y disfrutar de su cigarrillo en público, con gesto provocativo.

El vínculo entre ambas mujeres es el empleo del mantón de Manila como prenda de vestir. La condesa luce envuelta en un mantón colorista que contrasta con sus medias negras y la piel blanca como expresión de pertenencia a una clase social alejada del trabajo. Por su parte, la manola se viste con dos mantones más sencillos y colores suaves que lucen, además, unos flecos considerables. Así pues, esta pieza de origen chino, de seda con ricos bordados de dragones y motivos orientales, comenzó a emplearse en la vestimenta femenina de las clases altas europeas como símbolo del exotismo del Oriente, tan de moda a comienzos del siglo XX. Paulatinamente la prenda comienza a adaptarse a los gustos locales. De hecho en España se incorporaron los flecos y predominio de motivos florales, pasando a conocerse como mantón de Manila, por ser el puerto de esta ciudad el origen de la mercancía que llegaba a nuestro país.

En la actualidad, el uso de los mantones de Manila es reducido aunque no ha desaparecido. Su presencia es constatable tanto en la moda especializada como en vestimentas festivas, ya sea formando parte de un traje folclórico o como adorno de edificios en festividades mayores de pueblos y ciudades españolas. Por ejemplo, la diseñadora Elisa Palomino afirmaba en una entrevista  que los mantones de Manila y los quimonos orientales que su abuela conservaba (herencia de una tía monja residente en Filipinas en la década de los treinta) están en el germen de sus creaciones. Aunque pueda parecer un elemento arcaico y representativo de la España más tradicional, en el mundo artístico se pueden encontrar obras recientes en las que el mantón adquiere un protagonismo especial. Así, el cuadro de Eduardo Arroyo Carmen Amaya fríe sardinas en el Waldorf Astoria de Nueva de York pintado en 1988 tiene al mantón como máximo protagonista. Se trata de una obra cargada de sarcasmo  e icónica de lo "español", al narrar un suceso acaecido en Nueva York cuando la célebre bailarina organizó una fiesta española en ese hotel de lujo durante uno de sus viajes en los años 40 a Nueva York.


Carmen Amaya fríe sardinas en el Waldorf Astoria de Nueva York. 1988


Nexo 2.- Homenaje a Velázquez: el espejo.

“Café Pombo” y “Visita del obispo”.






Café de Pombo. 1920

Los dos cuadros son de José Gutiérrez Solana y fueron pintados en la década de los años veinte del pasado siglo. En ambos, el autor rinde un claro tributo al genio de Velázquez. En la tertulia del café Pombo, el escritor Ramón Gómez de la Serna aparece en el centro de la escena, rodeado de contertulios, todos ellos identificados; de hecho, el mismo pintor aparece retratado a la derecha del espectador. La mesa del café, con la botella de sifón y los vasos constituye un buen bodegón, al tiempo que en la caja de cerillas se representa una de las obras más conocidas de Goya; aspectos que denotan la maestría del artista.

La representación de los intelectuales del café Pombo aporta, al menos, dos aspectos de interés en términos de vestimenta masculina. Por un lado, la formalidad de su atuendo con traje, corbata o pajarita y sombrero en sus apariciones públicas, aunque el uso del sombrero, como sucede hoy día, se circunscribe a los espacios abiertos. Por otro, el empleo de los cuellos y puños extraíbles en las camisas de los hombres; elementos que facilitaban el tiempo de uso de las camisas, lavando únicamente las partes más en contacto con el cuerpo.

La visita del obispo. 1926

En el segundo cuadro, la atmósfera es triste, salvo quizá la mirada incisiva que el padre de familia dirige al espectador. Se trata del interior de una casa de gente acomodada, posiblemente de una ciudad de provincias, que recibe la visita del señor obispo y su ayudante. El gesto de las dos mujeres y del auxiliar del obispo es recatado, austero y el aire tenebrista impregna la estancia.  Sorprende la incomunicación entre los presentes y un aire de inmovilismo recorre la escena. Esta obra se ha interpretado como icono de una sociedad conservadora, en la que el peso de la Iglesia Católica hacía prevalecer unos valores que frenaban el proceso de modernización social que se estaba produciendo en España durante la década de los veinte del pasado siglo.

En ambos cuadros, el autor introduce el espejo, aunque con variaciones entre uno y otro. Si en el café de Pombo el espejo permite ampliar la escena y refleja una pareja de asistentes al café que contemplan desenfadados a los contertulios (algunos autores han señalado que se trataba de los dueños del establecimiento), en el segundo, el espejo es algo frío sin reflejo alguno; todo un símbolo de una atmósfera claustrofóbica que rodea la recepción al obispo realizada por esa familia. Ese recurso al empleo del espejo por parte de Gutiérrez Solana resulta un guiño expresivo de la admiración del pintor por el maestro Velázquez quien, en su famosa obra Las Meninas, convierte este elemento decorativo en parte esencial del interior palaciego en el que plasma el retrato de la familia real de Felipe IV. Gutiérrez Solana se nos muestra aquí como heredero de la más grande tradición española. Y, una vez más, se hace evidente el sentido de la frase que exhibe una fachada del Casón del Buen Retiro de Madrid: "todo lo que no es tradición, es plagio".