jueves, 4 de marzo de 2021

Frente al Cristo de Velázquez: Y España sigue siendo católica.

 

 

Paseando, sin rumbo fijo, por las salas del museo del Prado me vi junto al Cristo de Velázquez. La belleza del cuerpo de Cristo muerto, respondiendo al planteamiento bíblico de “Cristo, el más bello de los hombres”, sujeto a la cruz con 4 clavos y el halo alrededor de la cabeza caída, me transmiten, siempre, una fuerte emoción.




Diego Velázquez: Cristo crucificado.  1632               José Manuel Ballester: Reinterpretación

Las grandes obras son casi inabarcables y, aunque las hayas contemplado muchas veces, siempre te sorprenden. Al mirar mas allá de la figura de Cristo me detuve en la excepcional factura de la cruz. De inmediato recordé la fotografía de José Manuel Ballester. Este artista rinde su particular homenaje a Velázquez, poniendo de relieve que el arte contemporáneo se nutre de los grandes maestros.

La imagen de esa cruz vacía, en la que la luz se ha rebajado sustancialmente y sólo se mantienen la sangre de los tres vértices y la cartela, constituye la insignia de la crucifixión de Jesucristo. Ahora bien, ese nexo, tan sencillo de encontrar para un cristiano, dudo que sea de fácil interpretación para las tres cuartas partes de la población mundial que profesa otras religiones, tal como expresan los datos del cuadro 1.

Cuadro 1.- Religiones en el mundo.


Principales religiones

Población mundial (%)

Católicos

16

Ortodoxos

7

Protestantes

4

Islam

16

No religiosos

12

Induismo

12

Budismo

11

Étnicos

10

Religión tradicional china

9

Fuente: Anuario Pontificio y Anuario Estadístico de la Iglesia.2020

Las obras del museo del Prado evidencian el peso de la religión católica en España desde hace siglos. De hecho, como señala el historiador J.H. Elliot, desde los Reyes Católicos, se buscó la unidad política entre los reinos mediante la implantación del catolicismo como religión común, lo que explica la expulsión de judíos y moriscos.

Sin entrar al análisis histórico de los últimos cinco siglos, el predominio católico en España ha seguido hasta nuestros días aunque con matices muy relevantes durante el siglo XX. La sociedad española de comienzos del siglo XX se podía identificar como mayoritariamente católica, pero la influencia de la Iglesia fue paulatinamente reduciéndose en las décadas del veinte y, sobre todo, durante los treinta.

El triunfo en la guerra civil del ejército de Franco estableció un régimen político apoyado, entre otros pilares, en la Iglesia Católica. De hecho, el término político que lo definía era Nacionalcatolicismo. A este respecto, resulta muy ilustrativa la información de la cartilla militar de mi padre que hizo la mili en el año 1950. 

Museo del Paloteo.
San Pedro de Gaillos. Segovia
Como puede verse en la foto adjunta, entre los datos que se recogían en el reclutamiento del soldado figuraba el apartado de religión. Las siglas C.A.R responden a la denominación: católica, apostólica y romana que, según el ordenamiento jurídico establecido  en 1939 era “la única religión de la nación española y gozará de los derechos y prerrogativas que le correspondan en conformidad con la Ley Divina y el Derecho Canónico”.

La Constitución de 1978 pone fin al anterior ordenamiento legal y establece la libertad religiosa en su artículo 16, estableciendo que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Ahora bien, la sociedad española sigue siendo católica. Tal como demuestran los datos del cuadro 2,  el 60 por ciento de los españoles se declara católico aunque sólo el veinte por ciento de la población afirma ser practicante.


Cuadro 2.- Sentimiento religioso de los españoles.


Calificación religiosa

Porcentaje de la población

Católico practicante

19,9

Católico no practicante

39,9

Creyente de otras religiones

 2,8

Agnóstico

11,4

Indiferente, no creyente

10,3

Ateo

14,0

No contesta

 1,7

Fuente: Barómetro del CIS. Febrero.2021


En la última década, según los estudios realizados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el porcentaje de personas que se declaran católicas (bien sean practicantes o no) ha descendido casi 15 puntos, mientras se ha duplicado el de aquellos españoles que se reconocen como ateos. Esta evolución pone de relieve la creciente secularización de la sociedad española en consonancia con los procesos de modernidad social que se manifiestan en tres direcciones: decadencia de la práctica religiosa, privatización de la religión y emancipación de la esfera político-social respecto de las instituciones religiosas.

Dicho todo ello, en la España de hoy el catolicismo identitario sigue vigente en las tradiciones populares (fiestas patronales, romerías, celebraciones navideñas…) y por supuesto en acontecimientos sociales, como funerales, por ejemplo. Nuestro lenguaje está impregnado de referencias religiosas, muy especialmente en los momentos de tribulación. Y, así se observan situaciones paradójicas que resultan más destacables en el ámbito de lo político cuando  las cohortes de representantes públicos, con ideologías próximas al agnosticismo o ateísmo, encabezan orgullosos las procesiones y misas solemnes en múltiples pueblos y capitales.

Cuando asisto a alguna celebración (boda, comunión o funeral) efectuados en el marco católico y compruebo que, salvo el oficiante y algún despistado, casi nadie es capaz de seguir el ritual o veo a los políticos procesionar entusiasmados en la correspondiente festividad, siento que la sociedad española aún sigue impregnada de catolicidad. Esta reflexión me hace recordar una anécdota que, aunque lejana en el tiempo, revela hasta que punto la cultura católica marca la vida de los españoles más allá de la práctica religiosa. El suceso me lo contó el hijo del médico que vivió aquel hecho. En aquella España republicana, de comienzos de los treinta del pasado siglo, una noche el médico de un pueblo recibió la visita de un hombre que le pide ir a visitar a su padre. Este doctor le explica que, tal como le había dicho un rato antes, su padre estaba muriendo y nada podía hacer la medicina por él. Y, ante su sorpresa, el hombre le responde: sí, sí, porque está muriendo vengo a llamarle; necesita que le de usted la extremaunción por lo civil.



4 comentarios:

  1. Montse, ¡vaya tema interesante que tratas en tu entrada! Ante las estadísticas no hay nada que añadir; pero yo no sé si realmente la sociedad española sigue siendo católica.
    Por una parte hay un rechazo frontal hacia todo aquello que nos recuerda los tiempos en que Iglesia y poder político iban de la mano. Esa Iglesia que contribuyó a educar en muchas ocasiones en el miedo a la muerte y al pecado. Ese oscurantismo hizo que que mucha gente abandonara los sacramentos, ir a misa, etc. Por otra parte los diferentes avances sociales no siempre han encontrado respaldo en la Institución.
    Luego está el catolicismo, muy respetable, de la tradición, la cultura y el folclore.
    Pero yo personalmente querría poner el acento en otro aspecto difícil de cuantificar: la necesidad humana de relacionarnos con la divinidad. Es ahí donde yo encuentro que los que nos consideramos Iglesia católica podemos y debemos facilitar nuevos lenguajes que permitan acercarse a quién tiene sed de Dios. Cuando a través de las diversas formas de oración logramos "conectarnos", nuestra vida cobra un nuevo sentido; pero creo que esto no entra en las estadísticas... Muchas gracias por tu excelente artículo, Montse y por darnos la oportunidad de reflexionar con él. Un abrazo Fabiola

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  2. Amiga Fabiola. Gracias por tu sugerente comentario. Comparto casi todas las líneas de tu reflexión, a las que trataré de referirme a continuación. Acaso mi punto de divergencia estriba en que yo considero que la sociedad española sigue siendo, mayoritariamente católica, aunque no practicante. Bien es cierto que la tradición, la cultura y el folclore español están impregnados de catolicismo. Yo, incluso, me aventuro a decir que el mismo lenguaje, con sus expresiones más habituales, está salpicado de alusiones católicas. Y, en estas parcelas de la vida social participamos todos, los practicantes y los no practicantes. Basta asistir a una fiesta local, de advocación católica, para observar que no falta la procesión correspondiente, en la que toman parte casi todos, independientemente del grado de "militancia" religiosa de cada uno. Recuerdo un caso sucedido hace pocos años de un pequeño pueblo castellano donde la asistencia a los servicios religiosos era muy reducida. En un momento determinado se produjo un desacuerdo con el cura; la procesión con el santo patrón fue masiva y se celebró sin la asistencia del sacerdote. Todo ello refleja, en mi opinión, que el sustrato católico impregna muchas de las actividades de la sociedad española, más allá de lo que dicen las estadísticas.
    Por lo que se refiere a la necesidad humana de relación con la divinidad, a la que tú aludes, me parece que tiene lugar en una esfera muy privada y, posiblemente, es ahí donde las diferentes religiones adquieren su profundo sentido.

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  3. Al hilo de lo que comentas sobre el caso sucedido en un pequeno pueblo castellano, te comento que hace pocos meses en otro pequeno pueblo castellano y el dia de la fiesta, el cura y los feligreses mayores acordaron no sacar al santo en procesion por evitar contagios de Covid. Llegado el momento un grupo de vecinos , que no habia estado en la conversacion, entraron en la iglesia y sacaron al santo.

    Si veis la cara del cura, al ver salir de la iglesia a los mozos con el santo patron, y no hizo la mas minima intencion de disuadirlos ...
    Gracias por tu entrada que siempre nos hace pensar y reflexionar

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    1. Muchas gracias a ti por dedicarme tu tiempo. La catolicidad en España, muy especialmente en las zonas rurales, está en relación con el folclore. Las fiestas patronales son acontecimientos sociales, acaso los más relevantes, en los que el sentimiento religioso es menos potente que el acto festivo. Eso explica que, como se señalan en las dos anécdotas, un grupo decida celebrar la procesión con el santo a cuestas, independientemente de la decisión de la autoridad religiosa. En ambos casos se muestra que la tradición es más fuerte que la religiosidad, aunque la primera esté configurada por las creencias religiosas católicas.

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